¿Por Quién Murió Cristo?
por C. H. Spurgeon

Algunas personas aman la doctrina de la expiación universal porque ellos dicen, "Es tan hermosa. Es una idea encantadora que Cristo debe de haber muerto por todos los hombres; se encomienda á sí misma," ellos dicen, "a los instintos de la humanidad; hay algo en ella repleto de la alegría y la belleza”. Lo admito que lo hay, pero la belleza a menudo se puede asociar con la mentira. 

Hay mucho que yo quizás admire en la teoría de la redención universal, pero sólo mostrare lo que la suposición necesariamente implica. Si Cristo en Su cruz pensó de salvar a cada hombre, entonces Él pensó de salvar a los que fueron perdidos antes que Él muriera. Si la doctrina es verdad, que Él murió por todos los hombres, entonces Él murió por algunos que estaban en el infierno antes que Él viniera a este mundo, porque había indudablemente aún millares allí que había sido arrojado a causa de sus pecados.

Una vez más, si era la intención de Cristo de salvar a todos los hombres, cuán deplorablemente Él fue desilusionado, porque tenemos Su propio testimonio que hay un lago que arde con fuego y azufre, y en ese hoyo de angustia han sido lanzados algunas de las mismas personas quienes, según a la teoría de la redención universal, fueron comprados con Su sangre, que me parece ser una concepción mil veces más repulsiva que cualquiera de esas consecuencias que es dicho ser asociado con la doctrina calvinista y cristiana de la redención especial y particular. En pensar que mi Salvador murió por hombres que estaban o están en el infierno, parece ser una suposición demasiado horrible para mí entretener. Para imaginarse por un momento que Él fue el Substituto por todos los hijos de los hombres, y que Dios, habiendo castigado primero al Substituto, castigar después a los pecadores mismos, parece chocar con todas mis ideas de la justicia Divina. Que Cristo debiera ofrecer una expiación y la satisfacción por los pecados de todos los hombres, y que después algunos de esos mismos hombres deben de ser castigados por los pecados por los cuales que Cristo ya había expiado, parece para mí ser la iniquidad más monstruosa que pudiera jamás haber sido imputada a Saturno, a Jano, a la diosa de los Maleantes, o a las deidades más diabólicas paganas. ¡Dios no quiera que jamás pensemos así de Jehová, el justo y sabio y bueno!