LA INHABILIDAD TOTAL

Tomado de La Gracia Soberana


Exposición de la Doctrina:

          "El hombre, debido a su caída a un estado de pecado, ha perdido completamente toda capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe a la salvación; así es que como hombre natural, que está enteramente opuesto al bien y muerto en el pecado, no puede, por su propia fuerza o capacidad, convertirse o prepararse para ello".

            Tomamos como punto de partida el hecho de que toda la humanidad pecó en Adán y que todos los hombres son "inexcusables" (Rom.2:1). Pablo recalca una y otra vez que estamos muertos en delitos y pecados, alejados de Dios y sin esperanza. A los creyentes en Efeso, les recuerda que antes de recibir el evangelio, se hallaban "sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel, y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza, y sin Dios en el mundo" (Ef. 2:12).

            Podemos notar en este versículo el énfasis quíntuplo que hace el apóstol colocando frase sobre frase para acentuar dicha verdad:

1.- Sin Cristo
2.- Alejados de la ciudadanía de Israel
3.- Ajenos a los pactos de la promesa,
4.- Sin esperanza,
5.- Sin Dios es en mundo

EL ALCANCE DE LOS EFECTOS DEL PECADO ORIGINAL

            La doctrina de la inhabilidad total, que declara que el hombre está muerto en pecado, no significa que todos los hombres sean igual de malos, que algún hombre sea tan malo como pudiera ser, que exista alguna persona destituida por completo de virtud, que la naturaleza humana sea mala en sí misma, que el espíritu del hombre esté inactivo, ni mucho menos que el cuerpo físico este muerto.

            Lo que en realidad significa, es que el hombre desde la caída se encuentra bajo la maldición del pecado, que es movido por principios pecaminosos, y que es incapaz de amar a Dios o de hacer algo que haya de ameritar la salvación. Su corrupción es extensiva pero no necesariamente intensiva.

            Es en este sentido que el hombre desde la caída "se encuentra completamente inhabilitado, incapacitado, y opuesto a todo bien e inclinado a todo mal". Su voluntad está en contra Dios de forma permanente y de manera instintiva y voluntaria se torna hacia el mal. -Gén. 8:21; Rom. 3:11. Nace enajenado de Dios, y peca por elección. Su inhabilidad no consiste en la incapacidad de ejercer su voluntad libremente sino en la inhabilidad de querer ejercer voliciones santas. Fue este hecho que llevó a Lutero a afirmar que "el libre albedrío" es un término hueco, cuya realidad se ha perdido y una libertad perdida, de acuerdo a mi gramática, no es libertad".

            En lo que a su salvación respecta, el hombre no regenerado no posee la libertad de escoger entre el bien y el mal (espiritual), sino sólo entre un mal mayor y otro menor, lo que en realidad no es albedrío. El hecho de que el hombre caído aún tenga habilidad para hacer algunas obras moralmente buenas en si mismas, no prueba que pueda hacer obras que ameriten la salvación.

            El hombre tiene un albedrío pero no puede generar el amor de Dios, en su corazón. La voluntad del hombre es libre en el sentido de que no está controlada por fuerza alguna fuera de si mismo. Así como un ave con un ala quebrada es "libre" para volar pero incapaz de hacerlo, de la misma manera el hombre natural es libre para venir a Dios pero es incapaz de hacerlo.

            ¿Cómo se arrepentirá de su pecado, si lo ama? ¿Cómo se tornará a Dios, si lo odia?. Tal es la inhabilidad de la voluntad que caracteriza al hombre natural. Jesús dijo: "y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Jn.3:19).

            Y en otro lugar dijo: "y no queréis venir a mi para que tengáis vida" (Jn.5:40). La ruina del hombre se debe principalmente a su propia voluntad perversa. No puede venir a Dios porque no quiere. Suficiente ayuda le es provista si tan sólo la aceptara. Pablo nos dice, "por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios" (Rom.8:7).

            El suponer que porque el hombre tiene la habilidad para amar, tiene por tanto la habilidad para amar a Dios, es igual de absurdo que el suponer que porque el agua tiene la habilidad de fluir, tiene por tanto la habilidad para fluir hacia arriba; o razonar que porque un hombre tiene poder para lanzarse de la cima de un precipicio, tiene por tanto igual poder para transportarse de la profundidad a la cima.

            El hombre caído no ve nada deseable en "El que es todo codiciable, señalado entre diez mil". Podrá, quizá, admirar a Jesús como un hombre, pero jamás le reconocerá como Dios, y resistirá con todas sus fuerzas las santas influencias externas del Espíritu. El pecado, y no la justicia, se ha convertido en su medio natural de modo que no existe en él, deseo alguno por la salvación.

            La naturaleza caída del hombre da lugar a la más obstinada ceguera, insensibilidad y oposición a las cosas de Dios, su voluntad está bajo el control de un entendimiento entenebrecido, que confunde lo dulce con lo amargo, y lo amargo con lo dulce, el bien con el mal, y el mal con el bien. En cuanto a sus relaciones con Dios concierne, desea solamente lo malo, aunque lo desea libremente. La espontaneidad y la esclavitud en efecto existen juntas.

            En otras palabras, el hombre caído está moralmente ciego que de manera uniforme prefiere y escoge el mal en vez del bien, tal como lo hacen los ángeles caídos o demonios. Cuando el creyente, sin embargo, llegue a un estado de santificación completa, preferirá y escogerá el bien de manera uniforme, tal como lo hacen los santos ángeles. Ambos estados son consistentes con la libertad y la responsabilidad de seres morales.

            El hombre caído sin embargo, a pesar de que actúa de manera uniforme jamás es obligado a pecar, sino que peca libremente y se complace en ello. Su disposición y sus deseos, están inclinados hacia el mal, y peca a sabiendas, de manera voluntaria, siendo movido espontáneamente por su corazón. Esta inclinación natural, o predisposición hacia el mal, es tan característica de la naturaleza caída y corrupta del hombre que, como dice Job, el tal "bebe la iniquidad como el agua" (Job.15:16).

            Leemos que el "hombre natural" no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1Cor. 2:14). Nos es imposible comprender como una persona que, usando su sentido común y leyendo las simples palabras de este pasaje de las escrituras, pueda abogar por la doctrina de la habilidad humana.

            El hombre en su estado natural no puede ni aún ver el reino de Dios, mucho menos entrar en él. Una persona inculta puede ver una bella obra de arte como un simple objeto de la vista, pero no puede apreciar la excelencia de dicha obra.

            Igualmente, puede ver los números de una compleja ecuación matemática, pero carecen de significado para él. Los caballos y el ganado pueden ver las misma puesta del sol, o cualquier otro fenómeno de la naturaleza que los hombres ven, pero están ciegos a la belleza artística de dichos fenómenos.

            Así sucede con el hombre no regenerado al presentársele el Evangelio de la Cruz. Quizá tenga un conocimiento intelectual de los hechos y doctrinas de las Biblia, pero no tiene discernimiento espiritual de su excelencia y jamás se deleitará en ellos. Un mismo Cristo es para unos sin atractivo ni hermosura para que lo desee, sin embargo, para otros, es el príncipe de la vida y el Salvador del mundo, Dios manifestado en carne, al cual es imposible no adorar, amar, y obedecer.

            La inhabilidad total surge no simplemente de una naturaleza moral pervertida, sino también a causa de la ignorancia. Pablo escribió que los gentiles "andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios, por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón" (Efe.4:17,18).

            Y nuevamente, "Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios" (1Cor.1:18). Al escribir que las "cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman".

            Pablo hacía referencia, no a las glorias del estado celestial, como comúnmente se supone, sino a las realidades espirituales en esta vida que no pueden ser vistas por la mente no regenerada, como se demuestra claramente por las palabras del versículo siguiente: "Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu" (1Cor.2:9,10).

            En una ocasión, el Señor Jesús dijo: "nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mat.11:27). Se nos dice claramente que el hombre, en su naturaleza no regenerada y entenebrecida, no conoce a Dios como tal, y que el Hijo es soberano al escoger los que han de alcanzar este conocimiento de Dios.

            El hombre caído no puede discernir las cosas espirituales. Su razón, o entendimiento, está cegado, y sus deseos y sentimientos pervertidos. Y puesto que este estado es innato, como una condición de su naturaleza, está fuera del poder de su voluntad el cambiarlo. Más bien, dicho estado controla sus afectos y voluntad.

            El efecto de la regeneración se puede ver con claridad en la comisión divina que Pablo recibió al ser convertido cuando se le dijo que había de ser enviado a los gentiles "para abrir sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios" (Hch.26:18).

            Jesús enseñó esta misma verdad, pero usando una figura distinta, cuando dijo a los Fariseos: "por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro Padre el Diablo, y los deseos de vuestro Padre queréis hacer" (Jn.8:43,44). Los fariseos no podían entender, ni aún oír sus palabras de manera inteligible.

            Para ellos sus palabras sólo eran necedad, locura; y le acusaron de estar poseído de demonios (vv.48,52). Sólo sus discípulos podían conocer la verdad (vv.31,32); los fariseos eran hijos del Diablo (vv.42,44), y esclavos del pecado (v.34), aunque se creían ser libres (v.33).

            En otra ocasión Jesús enseño que un árbol bueno no puede producir fruto malo, ni un árbol malo producir fruto bueno. Esto significa que unos hombres son gobernados por unos principios, mientras que otros son gobernados por principios distintos. Es imposible que una misma raíz produzca fruto de distintas clases. Negamos, por tanto, que exista en el hombre un poder que le permita actuar de ambas maneras por la sencilla razón de que la virtud y el vicio no pueden surgir de una misma condición moral.

            En la epístola a los Efesios, Pablo afirma que cada alma humana antes de ser vivificada por el Espíritu de Dios, se encuentra muerta en delitos y pecados. Ahora bien, ciertamente se concederá que el ser muerto, en pecado, es evidencia clara y positiva de que no hay ni habilidad ni poder para realizar alguna obra espiritual. En la esfera natural y física, un hombre muerto es uno en el cual no existe posibilidad alguna de realizar obras físicas.

            Un cadáver no puede actuar, de manera que el estar muerto en pecado es evidencia clara y positiva de que no existe aptitud o poder alguno para realizar obras espirituales. Por tanto, la doctrina de las inhabilidad moral del hombre descansa sobre evidencia bíblica sólida.

            "En base al principio de que ninguna cosa limpia puede salir de cosa inmunda" (Job.14:4), todos los nacidos de mujer son considerados "abominables y viles", a quienes sólo les atrae la iniquidad (Job. 15:14-16).

            Por consiguiente, los hombres no tienen que esperar a llegar a la edad de responsabilidad moral para constituirse en pecadores, sino que son apóstatas desde el vientre de su madre, y tan pronto como nacen se descarrían hablando mentiras (Sal.58:3); además, son formados en maldad y concebidos en pecado (Sal.51:5). La inclinación de su corazón es mala desde su juventud (Gén.8:21). Y es del corazón que mana la vida (Prov.4:23; 20:11). Las obras pecaminosas son, por tanto, la expresión del corazón natural, el cual es engañoso más que todas las cosas y perverso (Jér.17:9).

            Ezequiel nos presenta esta misma verdad en lenguaje gráfico al darnos el cuadro del recién nacido, abandonado en sus sangres y dejado para morir, pero el cual el Señor misericordiosamente encontró y cuidó (cap.16).

            Las ceremonias de la circuncisión de los niños y la purificación de la madre en el A.T., tenían como propósito enseñar que el hombre viene al mundo en pecado, y que desde la caída, la naturaleza humana está corrompida desde su raíz. Pablo enseñó esta verdad de manera aún más enfática en (2Cor.4:3,4). "Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el Dios de este siglo, es decir el Diablo, cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios". Es decir, los hombres caídos, estando ajenos a las operaciones del Espíritu de Dios, se encuentran bajo el gobierno de Satanás. Están cautivos a la voluntad de él. (2Tim. 2:26). Mientras "el hombre armado" no sea molestado por el "más fuerte" que él, logra mantener su reino en paz y sus cautivos cumplen su voluntad. Pero el que es "más fuerte que él" le ha vencido, le ha despojado de todas sus armas, y el derecho de dejar en libertad a los que él quiere; y el que ha nacido de nuevo es uno de esos pecadores rescatados del reino de Satanás.

            Fue a esto que Jesús se refirió cuando dijo, "todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado" (Jn.8:34).

            Por ser tan profunda la corrupción del hombre, está más allá de su poder el purificarse a sí mismo. Su única esperanza de restauración se encuentra por tanto, en un cambio de corazón, el cual sólo puede efectuar el poder soberano y recreador del Espíritu Santo, actuando cuándo, dónde y cómo le place. Este cambio de muerte espiritual a vida espiritual, llamamos "regeneración". Las Escrituras usan varios términos al referirse a dicho cambio como, por ejemplo, "dar vida", "llamado de las tinieblas a la luz", "vivificar", "renovación", "quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne", etc.; y lo presentan como una obra exclusiva del Espíritu Santo. La Biblia nos dice que la regeneración es efectuada por el mismo poder sobrenatural que Dios operó en Cristo cuando le levantó de los muertos (Efe.1:18-20). El hombre no posee el poder para regenerarse por la verdad del evangelio pese a todos los testimonios externos que se le presenten. Abraham dijo "si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos".

            Las buenas obras de hombres no regenerados, "no son pecaminosas en sí mismas, sino pecaminosas por defecto, dichas obras carecen del principio que sólo puede hacerlas justas a los ojos de Dios". Un ejemplo: el caso de los piratas, es fácil ver como todas sus obras son delito contra el gobierno. Mientras continúen como piratas, la navegación, la reparación o el equipo de su buque, y aún su comer y beber son delitos a los ojos del gobierno, ya que dichas obras son hechas sólo con el propósito de continuar su carrera delictiva, y son parte de su rebelión. Igualmente sucede con el pecador. Mientras el corazón de este continúe siendo malo, todas sus obras estarán contaminadas a los ojos de Dios. El simple e inequívoco lenguaje de Dios es: "Aún los pensamientos de los impíos son pecado" (Prov.21:4).

            Esta mencionada inhabilidad a que las Escrituras se refieren cuando afirman que "los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Rom.8:8). "Y todo lo que no proviene de fe, es pecado" (Rom.14:23). "Sin fe es imposible agradar a Dios" (Heb.11:6). Aún las virtudes mismas del hombre no regenerado son como flores desarraigadas y marchitas. Jesús dijo a sus discípulos: "porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". De lo que se ha dicho se desprende también el hecho de que la salvación es absoluta y únicamente por gracia. Dios es libre, conforme a las infinitas perfecciones de su naturaleza, para no salvar a ninguno o para salvar a unos pocos, o a muchos, o a todos, según el soberano placer de su voluntad. Igualmente se desprende el hecho, de que la salvación no está basada en algún mérito en la criatura y que, por tanto, depende de Dios, y no de los hombres. Dios obra soberanamente al salvar a algunos y dejar a otros sufrir la justa recompensa de sus pecados. La elección de algunos a vida eterna es tan soberana como si Cristo pasase por un cementerio y ordenase a uno aquí y otro allá a salir de sus sepulcros; la razón de restaurar a vida a uno y dejar a otro en su tumba se halla sólo en su buena voluntad, y no en los muertos. De ahí la afirmación de que estamos predestinados según el puro afecto de su voluntad, y no conforme a nuestras buenas inclinaciones; y para que fuésemos santos, y no por ser nosotros santos (Efe.1:4,5). "Puesto que todos los hombres al igual merecían sólo la ira y la maldición de Dios, el único método posible de expiación por la culpa de estos, es la más estupenda exhibición del favor inmerecido y amor personal que el universo jamás haya presenciado".

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