“No sabéis que sois templo de Dios, y
que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Cor. 3:16) “El Espíritu
que mora en vosotros.” (Romanos 8:11)
“...el cuerpo de los pecados de la carne fueron despojados (echados) en la
circuncisión de Cristo.” (Col. 2:11)
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con
sus hechos. Y revestídoos del nuevo, el cual por el conocimiento es renovado
conforme a la imagen del que lo crió.” (Colosenses 3:9,10)
“Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis
vestidos.” (Gálatas 3:27)
“Mas vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne en sus deseos.
(Romanos 13:14)
El vestirse de Cristo es reconocer que ya el nuevo hombre está vestido de
Cristo. Sólo por el conocimiento se puede ver que realmente hemos sido
regenerados conforme a la imagen de Cristo.
“No sabéis que sois templos de Dios? (1 Corintios 3:16) El conocimiento
de esta gran verdad es la que fortalece al hombre interior, es la que nos
asegura que nuestro velo (la carne) esconde dentro de ella misma a la nueva
criatura que esta vestida de Cristo y que como espiritual que es, al unirse al
Señor, un espíritu es. “Empero el que se junta con el Señor, un espíritu es.”
(1 Cor. 6:17)
Jesús en la carne
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la
sangre de Jesucristo, por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el
velo, esto es por su carne. (Hebreos 10:19,20)
Definitivamente nuestra carne es un velo, dentro de ese velo mora el espíritu
nuevo y este nuevo espíritu, junto con el Espíritu Santo (quien es el Señor 2
Cor. 3:16) nos fusionamos y llegamos a ser un espíritu, como el esposo y la
esposa son una sola carne. “Porque el Señor es el Espíritu: y donde hay el
Espíritu del Señor, allí hay libertad.” (2 Cor. 3:17)
Lo maravilloso y misterioso de todo esto es que de la forma que Dios Espíritu
mora en Jesucristo también mora en cada uno de sus hijos.
Nuestro velo contiene el tesoro que Pablo dice en 2 Cor. 4:6,7: “Porque
Dios que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Tenemos empero este tesoro en vasos de
barro, para que la alteza del poder sea de Dios, y no de nosotros.” La luz de
Dios, el espíritu nuevo, la mente de Cristo son el tesoro
dentro del vaso de barro, que somos nosotros.
Si después de estudiar estos pasajes, usted se imagina todo lo que posee su
velo, su vaso de barro y no lo aprecia lo suficiente como para atender el
propósito de Dios para su vida, entonces es lamentable que no pueda disfrutar
del gran tesoro que Papa Dios Espíritu ha puesto junto al suyo haciéndose uno
con él.
Lamentable porque el tiempo pasa y las posibilidades de que la manifestación
del gran Dios y Salvador en su ser, sean para anunciar los poderes de Aquel
que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable, sean para que la imagen de
Jesucristo el Hijo de Dios, salga a relucir a través de su velo, su carne,
serían en vano y sin eficacia.
Este testimonio de que “Cristo vive en mi y no vivo ya yo” mostraría a un
mundo que perece, que Dios Espíritu es real y vive para ser visto desde afuera
hacia adentro, por las buenas obras que el mismo Espíritu Dios preparó para
que anduviésemos en ellas. Se verían muchos velos con la luz que sale desde
adentro porque Dios es luz y vive en nosotros. Se verían las obras más
portentosas que jamás ser humano haya visto. Si verdaderamente creyéramos lo
que Pablo dice en Gálatas 2:20.
Viviríamos en la carne por la fe de Jesucristo, en dependencia absoluta,
dejando que la imagen que el formó dentro de nosotros mismos reluzca con un
brillo que todos puedan ver para que sean alumbrados sus entendimientos y
participen de la misma grandiosa experiencia. No olvidemos que Dios nos dió el
ministerio de reconciliación como se lo dió a Jesús.
Permita el Señor que los ojos de tu entendimiento sean alumbrados. Estudia
como nunca antes. Dedica tiempo a estar en comunión con Aquel que vive dentro
de ti. Bendecidos! Abba, Padre!